c arte c

Avda. Juan de Herrera 2, Madrid

Jueves 20 de enero de 2022

19:00 horas

«La oscura Noche dio a luz sin acostarse con nadie a la Burla, al doloroso Lamento y a las Hespérides que, al otro lado del ilustre Océano, cuidan las bellas manzanas de oro y los árboles que producen el fruto». Poco más nos dice Hesíodo en su Teogonía: que las Hespérides (‘nacidas del atardecer’) tienen voz aguda y que Atlas, el eterno jorobado bajo el peso del vasto cielo, guarda con celo la entrada de su país. Si, como hace Servio, atribuimos a Hesíodo un fragmento de origen incierto, aprendemos su nombre: Egle (‘esplendor’), Eritea (‘bermeja’) y Hesperetusa (‘suave atardecer’). Nada más. Pero ya tenemos lo suficiente para que nazca el mito: unos seres de carácter sobrenatural y sagrado posan sus pies en nuestro mundo, cumplen su función de vigilancia sobre un tesoro apetecible.

Las tablas de Luis Priego destilan esa belleza, la roban en instantes descuidados por sus vigías, entregadas a danzas y juegos sin cuento: como si el astuto pintor, escondido entre las ramas, hubiera captado esos momentos de goce prohibido y los hubiera retratado para nuestro bien. A nosotros, que nos dejamos arrastrar por el vendaval de las cuitas cotidianas, no nos ha sido confiada esa visión directa. Agradezcámosle su osada intromisión para ofrecernos esta dedada de miel. 

Callejeando por la exposición nos encontramos con otro personaje que, sin ser un mito, nos retiene con la fuerza de cien ciclones, Shamat, la hieródula que desbastó y civilizó al rudo Enkidu: el roce con la belleza nos hace más humanos. No en vano el pintor concibe su muestra como exposición del proceso de civilización a través de las artes. Las Hespérides, otras ninfas incontables y las Erinias también (por qué no), simbolizan diversos aspectos de la civilización: su rapto o su exilio, como el de esa Eva cuya mirada desarma el corazón más frío, suscita nuestro esfuerzo por recuperar nuestra verdadera naturaleza y enriquecerla con la cultura. Lo cual da pie para un detalle indispensable si queremos aprovechar al máximo la visita a este jardín: ninguna belleza aparece sola, sin más.

Desde su enramada, Luis Priego nos recuerda la conveniencia de tomar distancias para apreciar infinitos detalles que de cerca perdemos: las ramas no nos dejan ver el bosque. Porque importa tanto disfrutar la desnudez de una ninfa como apreciar su entorno. Alrededor de cada ser sobrenatural pululan muchos otros, esos geniecillos que recuerdan el valor de lo pequeño. Aquí el pintor los representa en forma de otras artes de lo bello, música y literatura, sobre todo. Miríadas de signos gráficos rodean a las ninfas, las coronan por aquí, las envuelven por allá, y, si acaso las rozan por error, de inmediato se retiran pidiendo perdón: son los textos y las partituras que desencadenaron el proceso de la creación artística. La literatura describe la embriaguez estética; la música la revive
y la pintura nos la muestra.